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Hay un hecho que creo que se repite en muchas ocasiones en las organizaciones. Todos los departamentos se quejan de la manera de actuar de los otros departamentos. Y no se trata de meras diferencias de perspectiva, sino que puede desembocar en auténticos conflictos. En ocasiones, se llega al esperpento que para dar un simple mensaje al compañero que está a dos metros, se le remite un email.
Y cuando las decisiones vienen de las altas esferas, las críticas son incluso mayores y todo el mundo ejerce temporalmente de CEO diciendo lo que en realidad se debería o no hacer.
Mientras estas desavenencias estén controladas, y sean de tono bajo, no hay problema real. Usando un símil futbolístico, todo el mundo lo habría hecho mejor que el entrenador del equipo, a toro pasado. Por tanto, todo el mundo tiene una visión deferente de una situación dependiendo del departamento, experiencia, visión del mundo en general, etc. Y ello no tiene por qué derivar en una problemática. Debería ser enriquecedor.
El problema proviene cuando el que nos manda tiene una visión de la situación radicalmente opuesta a la nuestra. Si ello es repetido, premeditado y constante, puede llegar a ser causa de stress, ansiedad, o incluso dolencias de tipo psicológico.
La pregunta es: ¿existen muchos jefes que nos llegan a asfixiar? Los jefes tóxicos, ¿abundan?
Por supuesto que abundan y son personas que no les importa que en nuestro trabajo estemos estancados a pesar de nuestros valores mientras ellos vayan ascendiendo poniéndose medallas. Mientras permanezcamos en la empresa, parece que todo nuestro mundo profesional se limite a nuestra organización, y cada día nos quejamos más, llegando ser un tema obsesivo. Pero nada más lejos. Ya lo dijo Platón en el mito de la caverna. Hace falta hacer un impulso de ánimo, salir de la caverna, y a ser capaz de ver qué más hay en el mercado de empresas.
Este impulso de ánimo se puede hacer motu proprio y el resultado suele ser muy pobre, o se puede hacer de manera sistemática, objetiva, ordenada y siguiendo un plan. Ello requiere un tiempo de observación: autoconocimiento profesional, saber nuestro auténtico valor de mercado y focalizar hacia aquellos trabajos que nos podrían encajar.
Si no lo tenemos claro, o no sabemos cómo identificar buenas oportunidades, una manera fácil de ver alternativas a nuestro trabajo es simple, coger nuestra agenda de contactos y convocar entrevistas informativas del trabajo de nuestros conocidos: en qué consiste, que tipo de organización es, estilo de mando de los jefes, plan de carrera profesional, etc. Si esto lo hacemos con varios contactos, nos hacemos una idea aproximada de qué tipo de trabajo y organización nos puede apetecer.
Todo este proceso es el trabajo del consultor de carreras profesionales. Impulsa la transición de trabajo, aconseja y acompaña en el proceso. De manera directa, objetiva y directa, con un plan de trabajo estructurado y muy completo. Y el cambio se consigue, sin duda.
Lo malo es que dedicamos más tiempo a planificar nuestras vacaciones que a planificar nuestro objetivo profesional.